Lar laminar

La hoja de esta espada iluminando sus análogos herbáceos. El brillo levemente borroso agitado por mis pasos cubiertos, mis hombros cubiertos de plata de luna y media. Magnos cognoscentes no habitan los intermundia, o no es relevante, pero nosotros sí: el divino monte está en nuestro hogar, es nuestro hogar, la hoguera fluye estelarmente.

El suelo de este bosque de raíces acercándose ligeramente al cielo y a las impresiones astrales. Un humus que busca más allá de la misma atmósfera, de la misma que insufla multiciplidad desde afueras nebulosos. Se hinche, esta tierra respira, foliando por doquier.

El vigor de esta monomuta nocturna texturizando biselénicamente un campo abierto cercano a contrastes arbóreos. Troncos limítrofes que preceden ir bajo doseles de sombra, bajo oscuridad momentáneamente caleidoscópica al volver a ver radiancias globulares en lo alto. Me adentro, siguiendo un brevísimo levantamiento foliar otrora imperceptible con genética oftálmica, rastreando veras bestias. Artemis tensa su arco nuevo, labrado de un regalo de Yax Imix Che, contra marcas feromonales en dañadores deseantes.

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La lid vestigial de estos nos contrariando intentos de oprimir una cultura postpiramidal, de envenenar un cultivo rizomatoso, que los cultos ancestrales amables considerarían ultrantrópica, que habrían obsequiado a su prole. Musgo sobre piedra eléctrica, innumerables bifaces diminutas siendo testigos de encuentros novedosos. La espada brilla: un claro en el espesor, una apertura foliácea. Vino sobre plata. Un energúmeno menos. «No mancillaréis más el luminoso aroma del fruto de la fresaranja».